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sábado, 22 de enero de 2011

Cuento ganador del 2do. lugar estatal CENA DE NAVIDAD

El 24 de diciembre Sergio llegó al amanecer a su pueblo “Las Nieves”,  hacía 5 años que se había ido a Arizona para buscar un mejor trabajo, durante todo el año ahorró dinero para poder viajar a su tierra, extrañaba a su madre María, a su hermana Ángela y también a su perro fiel “Canelo”. Su padre no vivía con ellas, porque se había muerto de cáncer  10 años  antes. Sergio bajó del autobús, agarró su maleta...
y caminó de prisa a su casa, que estaba muy cerca, se encontraba casi a dos cuadras de la plaza del pueblo, por lo que llegó muy rápido.

Iba a acercarse a abrir la puerta con su llave pero  en  la puerta se encontraba recostado el guardián de la familia “Canelo”, quien al ver que un extraño invadía su territorio se levantó y le gruño a manera de advertencia, al ver que el extraño no se movía, lanzó varios ladridos amenazantes para que se fuera. Sergio se puso de rodillas y con voz fuerte le gritó:

- ¡Canelo! ¿A sí me recibes? Qué ingrato eres, ya deja de ladrar y ven a saludarme.
Al escuchar la voz, Canelo guardó silencio y apenado corrió al encuentro de su amo, de pronto recordó que esa voz era la que le daba de comer y lo cuidaba todos los días. Canelo se emocionó mucho y con sus ladridos de bienvenida que le dio a su amo, empezó a despertar a los vecinos y a quien lo escuchara. María despertó enojada, se levantó de la cama, se vistió de mala gana y fue hasta la entrada de la casa para meter al perro, al abrir la puerta, miró al suelo buscando a Canelo.
- ¡Canelo, aplácate!, pero qué lata estás dando.
- Amá, ¿por qué tan enojada?
- ¿Sergio?, ¿eres tú?
- Pos claro amá, ¿pos quien más viene a despertarla tan temprano?
Sergio se acercó a María, se besaron y se abrazaron muy contentos.
- ¿Cuándo llegaste, hijo?
- Orita, no quería hacer ruido pero el Canelo no me dejaba entrar y ya cuando supo que era yo, pos se puso a ladrar como loco.
- Y yo que ya le iba a dar unos buenos cinturonazos, se salvó de la golpiza. Te extrañaba mucho el pobre perro.
- Yo lo extrañaba más, ha sido como un hermano.
- Mira y hablando de hermano, allá viene la Ángela, le dije que juera ora temprano al molino.
- La masa es pa´ las tortillas, ¿verdá?
- No, mijo… es pa´ la cena de navidad, la masa que trai es pa´ los tamales y la que sobre pos pal´ atole. Pero ve ayúdale a tu hermana.
- Sí amá.
Sergio se acercó rápidamente a Ángela, para ayudarle con el bote de masa.
- Buenos días, Ángela, ¿cómo estás?
- ¿Sergio?, ¿a poco eres tú?
- Pos a poco no, dame las tinas, que yo te ayudo, te extrañé mucho hermana.
- Sergio, yo te quiero mucho, qué bueno que viniste hoy, es un día especial porque viniste y hoy festejaremos otro año más la navidad.
María los interrumpió y con voz fuerte les dijo:
- Ya, ya no se abracen tanto que están perdiendo el tiempo y tenemos mucho trabajo que hacer.
-¿A qué les ayudo?
- Pos primero puedes… este,  embarrar la masa a las hojas, Ángela les pone la carne, los cierra y  yo los acomodo en el bote. Cuando terminemos con los de chile colorao, empezamos a embarrar los de rajas de chile con queso.
Los tres se pusieron a hacer los dos botes grandes de tamales, cuando terminaron María le pidió a Sergio que prendiera la leña en el patio para coser los tamales, mientras que a Ángela le dijo que colara la masa y en el cazo le pusiera la canela y las pasas para el atole.
- Voy con mi hermana Rafaila a recordarle que se venga con todos sus chamacos a rezar en la noche y a cenar. Ah y también le voy a pedir que me regale más piloncillo, con los que tenemos no va a saber a nada el atole, ustedes, cuiden la lumbre que no se apague. No me tardo.
-Sí, no se preocupe, amá que yo cuido la lumbre y los tamales. Respondió Sergio.
María fue a la casa de su hermana Rafaila a recordarle de la cena, que no fuera a faltar nadie. Mientras Ángela y Sergio estaban pendientes de que el bracero no se apagara, de pronto Ángela recordó algo que María le había pedido que hiciera.
- Sergio, ahi te encargo que cuides la lumbre, orita vengo.
- ¿A dónde vas?
- ¿Cómo que donde? Pos con mi tía Juana, la voy a invitar y a todos mis primos.
- ¿Pa´ qué la invitas?, si ella ya sabe de la cena.
- Es pa´ que se sienta invitada, le gusta que le estemos recordando que venga a la casa, si no voy, se puede sentir y de tristeza no vienen y mi amá le gusta que estén todos aquí en la casa, a mi tía Cristina le avisé ayer y me dijo que llegaba hoy después de comer, viene con mi tío Nicolás y  mis primos.
- Oye, si quieres yo voy por mi tío Arnulfo y por mi tío Salvador para que no vayan a faltar.
- No Sergio, mi amá ya jué ayer con los dos y le dijeron que no se preocupara y que sí van a venir.
- Entonces. ¿Qué más hago?
- Mira orita que regrese, puedes ir al río a traer piedras de esas bonitas que parecen cerros, para ponerlos en la orilla del nacimiento, para que se vea más bonito.
- ¿Cuándo lo pusieron?
- La verdad desde hace tres días empezamos, pero hasta ayer terminamos de acomodar al niño Dios, a la virgen María a San José, a los tres reyes magos, al ángel de la navidad, a todos los pastores, a los animales de la granja y todas las  luces.
- ¿Acomodaron el nacimiento en la sala?
- Sí, como siempre. Primero sacamos todos los muebles, y como está muy grande la sala,  pusimos unas sillas y al arbolito lo adorné con mucho heno nuevo que recogí de los árboles del río y también con esferas de todos los colores pa´ que brille más.
Cuando regresó María de invitar a su hermana Rafaila, Sergio le dijo que iba al río por piedras para ponerlas alrededor del nacimiento, para que se viera mejor y para que los niños no pisaran los adornos. En una carretilla puso las piedras que más le gustaron y regresó a la casa. Al llegar, Ángela le ayudó a colocar las piedras, el nacimiento se veía enorme, ocupaba la mitad de la sala. Al terminar, los tres comieron frijoles, quesadillas hechas de queso enchilado que preparan los menonitas, un baso de leche hervida que había ordeñado Ángela al amanecer y un pan de nata, horneado en el cocedor, pues María y Ángela tenían la costumbre de hacer pan en el cocedor cada 23 de diciembre, para comerlo con el atole de masa, durante la noche del 24 de diciembre.
Para Sergio esta comida fue la más deliciosa que había probado en mucho tiempo, pues en Arizona comía sopa de latas y carne congelada, que al cocinarla no le sabía a nada, la comida no tenía sabor, extrañaba las tortillas, los frijoles cocidos en la olla de barro, el calor de hogar y el cariño de María y de Ángela.
Después de almorzar, se pusieron a limpiar la casa, cuidaron que los tamales quedaran bien cocidos, después de sacar de la lumbre a los tamales, prepararon en un cazo de cobre, los ingredientes para el atole, cuando empezó a hervir la masa, le agregaron la leche de vaca, el dulce de piloncillo, más ramas de canela y el ingrediente final, que además era el  secreto de María: Cáscaras rayadas de naranja y limón cocidas en miel de abeja, esto era lo que le daba el sabor único y que hacía el atole de  María el más esperado y disfrutado por todos los familiares y algunos invitados que iban a su casa cada año.
A las siete de la tarde la casa comenzó a llenarse, llegaron: la tía Cristina con su esposo Nicolás y  sus hijos Julián, Rosa y Martín; la tía Rafaila con su esposo Martín y con sus hijos, que eran siete: Lupita, Hugo, Paco, Luis, Ricardo, Imelda y Felipe; después entró a la casa la tía Juana con su esposo Pedro y sus tres hijos: María, Francisco y Magdalena; el tío Arnulfo y su esposa Petronila llegaron con sus cuatro hijos: Rosendo, Herminia, Hortensia y Filomena, y los  últimos en  aparecer en la casa, fue el tío Salvador y su esposa Zenaida con sus hijos Rocío, José  y Danilo.  Estaban todos muy contentos platicando y recordando cosas que les habían pasado durante todo el año, contaban anécdotas simpáticas que les pasaron, realmente era una fiesta llena de caras alegres y muchas risas.
A las ocho de la noche llegó a la casa de María, la rezandera del pueblo: la señora Tere, y todos pasaron a la sala para rezar un rosario dedicado al nacimiento del niño Jesús, después de rezar el primer misterio, Tere puso a toda la familia a cantar “A la rorro niño” para arrullar al niño Jesús.
“A la ro ro ro
Ro roo ro rito
Dueño de mi alma
Mi chiquitito….”
Esa canción se la había enseñado a Sergio, su abuela Justina, cada navidad la cantaba con mucho sentimiento porque se acordaba de cómo su abuela le contaba cuando era niño que al que cantara en la noche de navidad, el niño Dios le daría muchos dulces. A los 15 años murió Justina, pero antes de morir le pidió a Sergio que nunca dejara de cantar la canción “A la ro ro ro” y Sergio lo cumplió.
Después de rezar los cinco misterios, María empezó a repartir dos luces de bengala para cada uno y una velita de colores, prendían las luces de bengala y después las velitas para darle la bienvenida al niño Dios, para mostrarle la luz y bondad que tienen los corazones de los seres humanos. Cuando se apagaron las luces de bengala,  los padrinos pasaron por toda la sala para que todos los asistentes le dieran un beso al niño Dios, un beso de amor y de respeto.
Mientras el niño Dios era besado por todos, Tere tocó su guitarra y le pidió que cantaran con ella la canción del chiquirritín.
“¡Ay del chiquirritín que ha nacido entre pajas!

¡Ay del chiquirritín, queri, queridín, queridín,
queridito del alma.

Por debajo del arco del portalito, 

se descubre a María, José y al niño.

Entre el buey y la mula Jesús ha nacido 

y en un pobre pesebre le han resoído…”.

Con esta canción Tere terminó el rosario, María la invitó a que los acompañara a cenar, pero Tere le contestó que no podía quedarse porque tenía que rezar otro rosario a la vecina Tola, quien vivía al otro lado de la casa. Entonces María le agradeció por haber cumplido su palabra de que iría a rezar con ellos y la acompañó a la salida, cuando regresó a la sala, casi gritando les dijo:
- Escúchenme tantito, ya se acabó el rosario, gracias por venir a esta su casa y ahora les pido por favor   que pasen todos a la cocina por un plato de tamalitos, por su jarro de atole y un pan ranchero de nata.
Cuando terminó de hablar, todos comenzaron a salir de la sala y se dirigieron a la cocina. Donde ya estaban organizados pues Ángela servía los tamales y Sergio les daba el jarro de atole y un pan. Cuando terminaron de servirles a todos, ellos también comenzaron a cenar, estaban muy felices y alegres de que su casa estaba casi toda la familia reunida.
Cenaron en el patio, en la cocina y en la sala, cada uno escogió un lugar para cenar de forma tranquila, había niños, jóvenes y adultos dispersos por toda la casa, todos cenando y festejando otra navidad. Los tamales que más gustaron fueron los de queso y se escuchaban algunos comentarios de lo delicioso que era el atole de la tía María y el pan horneado se terminó muy rápido.
Después de cenar, los padrinos repartieron el aguinaldo, que era una bolsa con cacahuates, una naranja, galletas, dulces y paletas. María les dijo que  fueran a la casa de su vecina Tola y su esposo Roberto, para acompañarla y que no estuviera sola. Cuando llegaron a la casa, Tere estaba cantando: “¡Ay del chiquirritín!” y al termina los padrinos formaron a todos en una fila y entregaron un aguinaldo para cada uno. Tola invitó a cenar a Tere la rezandera pero le dijo que no había cenado con María porque tenía que rezar con ella y que tampoco se podía quedar a cenar. Y con voz muy fuerte les dijo a todos:
-  Oigan, vayan a sus casas por bolsas de plástico o algo en que echar aguinaldos porque todavía tengo que ir a veinte casas más y todos me pidieron que llevara gente y que  dijera que estaban invitados, ahorita me toca ir con Rosita la que vive aquí a dos puertas, así que vamos a rezar a las casas que faltan y juntamos muchos aguinaldos.
Desde esa navidad, Tere empezó a rezar primero en la casa de María y de ahí se pasaban a rezar a todas las casas en las que era invitada Tere. Para los niños del pueblo, juntar aguinaldos era muy emocionante, llevaban sus bolsas grandes para echar sus dulces, otros llevaban costales porque querían juntar muchos aguinaldos y comer dulces por varios días.
En la última casa terminaban de rezar a las seis de la mañana, pero nadie se iba a dormir, querían terminar el recorrido de las veinte casas, por lo que durante la noche del 24 de diciembre, la gente rezaba y era una fiesta llena de amor, de paz, de felicidad y sobre todo la navidad era para compartir una vez al año con la familia, los vecinos y todo el que llegara al pueblo.
Sergio no regresó a Arizona, desde ahorró dinero para volver a su pueblo “Las nieves” juró que no dejaría a su madre María y a su hermana Ángela solas. Dos años después, durante la cena de navidad, Sergio conoció a Perla, ella era una joven muy sencilla, inteligente y muy hermosa quien vivía en la ciudad de Durango, pero ese año fue invitada por una amiga que era originaria del pueblo y la convenció de que visitara su pueblo, para que conociera cómo festejaba la gente de “Las nieves” la navidad.
Cuando Sergio servía el atole en la cocina, entró Perla por su plato de tamales, los dos se quedaron viendo, y en ese instante toda la gente que estaba en la cocina desapareció, Sergio sólo veía a Perla, los ojos de los dos se hablaron y no podían dejar de verse. Sergio quedó totalmente enamorado  y Perla también sintió que había encontrado el amor en aquel pequeño pueblo. Sergio no sólo le entregó el jarro de atole sino también le ofreció su corazón.


FIN


GRACIAS AL AUTOR POR HABERNOS ENVIADO ESTE CUENTO PARA TODA LA GENTE DE VICENTE GUERRERO.
mulerosblog

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